
Si tenemos un vino blanco joven, deberíamos servirlo entre 7 y 10º, ya que una mayor temperatura resalta los aromas fermentativos y el grado de alcohol, mientras que si fuera una temperatura inferior daría un sabor insípido y reduciría los aromas.
Un rosado deberemos servirlo entre 10 y 12º, pues esta temperatura mantiene los aromas de la crianza.
El vino tinto se divide en tres tipos: joven, de crianza y reserva.
Para el tinto de crianza lo ideal son 14 y 17º, pues es la mejor temperatura para no mermar su caracter frutal y su compleja crianza.
El tinto de reserva se debe servir entre 17 y 18º. Una temperatura que sobrepase estos niveles no permitirá apreciar los aromas terciarios de oxidación y reducción originados en la crianza, además el alcohol es potenciado en nariz, pudiendo provocar un desagradable regusto picante y escondiendo los sabores y aromas complejos de su envejecimiento.
Para los cavas y espumosos se recomienda una temperatura de 6 y 8º, de lo contrario pueden perderse sus matices aromáticos, resaltando los sabores amargos y verdosos, en resumen, perdiendo su finura.
Debemos recordar que a un vino no le gusta un cambio brusco de temperatura, así que para conseguir la temperatura adecuada del vino se aconseja poner la botella en remojo adicionándola con cubitos de hielo.
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